Kaguya Hime, la Doncella Luna


Hace mucho tiempo vivía un anciano muy pobre que se dedicaba a cortar bambú para poder subsistir. Un día, mientras estaba en el bosque cortando bambú, se encontró con un brote que desprendía una brillante luz. Al acercarse para observarlo mejor descubrió que en el interior del brote había una niña muy pequeñita de apenas diez centímetros. Con delicadeza la cogió y se la llevó a casa y una vez allí, acordó con su mujer que la cuidarían como si fuera su propia hija. Al día siguiente, el anciano se fue al bosque a cortar más bambú como siempre hacía, cuando le sucedió algo extraordinario: cada vez que cortaba las cañas con el hacha se encontraba con oro. De modo que, con el tiempo, el pobre cortador de bambú se hizo muy rico. Tan sólo habían pasado unos meses desde que el anciano se había encontrado a la diminuta niña, y en ese periodo de tiempo la pequeña fue creciendo y creciendo hasta convertirse en una joven muy hermosa a la que decidió ponerle el nombre de Kaguya, que significaba “hermoso bambú delicado en el campo otoñal”.
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Los rumores de que la hija del cortador de bambú era la mujer más hermosa del reino no tardaron en propagarse, y pronto la dama Kaguya se encontró con un gran número de pretendientes que querían casarse con ella. Día tras día los aspirantes esperaban en vano mientras ella los iba rechazando uno por uno, hasta que finalmente sólo quedaron cinco jóvenes nobles lo suficientemente obstinados como para seguir luchando por la dama. Los cinco fueron a hablar con el anciano para que escogiera a uno de ellos como futuro marido de la joven, pero éste les confesó que en realidad no era su padre y que por tanto Kaguya era dueña de sus propias decisiones. Pero por otro lado el anciano deseaba que su hija se casara bien, ya que esos cinco jóvenes que la pretendían eran muy buenos partidos. De modo que Kaguya, a insistencia de su padre, finalmente acordó que aceptaría por marido a aquél que demostrara poseer un corazón puro. Y para ello propuso a cada uno de los pretendientes unas pruebas muy difíciles:

Al primero le encomendó la misión de buscar el cuenco mendicante de piedra que una vez le perteneció a Buda; al segundo le encargó que viajara hasta el monte Horai y le trajera la rama de un árbol cuyas raíces eran de plata, el tronco de oro y los frutos de jade; al tercero le pidió un abrigo hecho con la piel de la rata de fuego; al cuarto le mandó en busca de la preciosa joya irisada que estaba incrustada en la cabeza de un dragón; y por último, al quinto pretendiente le ordenó que le trajera una concha de caorí que llevaban las golondrinas en sus picos. Con estas misiones terriblemente imposibles de llevar a cabo, los cinco pretendientes partieron desanimados.

Mientras, la fama de la belleza de la joven había llegado hasta el Emperador, que la invitó a la corte para conocerla y ver con sus propios ojos su hermosura. Pero cuál fue la sorpresa de éste que la dama rechazó su invitación alegando que moriría si pisaba un palacio tan espléndido. Contrariado, el Emperador organizó una cacería real para así poder presentarse en la residencia del cortador de bambú y poder ver el rostro de la joven. Al entrar en su cuarto el Emperador pudo ver por un instante la belleza de la dama, que enseguida se ocultó el rostro. Eso fue más que suficiente para que se enamorara perdidamente de ella.
Pasaron tres años desde la cacería y la dama Kaguya empezó a actuar de un modo extraño. Melancólica se quedaba contemplando la luna cada noche y sus padres, preocupados por el cambio repentino en su hija, le preguntaron qué la afligía tanto. Ella les respondió con tristeza que no era una simple mortal, sino que había nacido en la Luna y que pronto la vendrían a buscar para abandonar este mundo y no volver nunca más. El Emperador, al enterarse de la terrible noticia, mandó a su ejército a vigilar día y noche la residencia del cortador de bambú para proteger a la dama Kaguya de la que aún seguía enamorado.

Entonces en una noche de luna llena, una nube que transportaba a las tropas celestiales descendió lentamente del cielo. Los soldados imperiales, asustados ante semejante espectáculo, poco pudieron hacer ante esos seres lunares que con sus intensos rayos resplandecientes paralizaron los cuerpos de los guerreros y detuvieron sus flechas. Con tal demostración de poder, las tropas celestiales exigieron que les entregaran a la dama Kaguya. La joven salió de la casa no sin antes despedirse de sus padres, entregándoles un rollo de papel. En él la dama había escrito con tristeza cuánto se lamentaba de su partida y les daba las gracias por todo. También les dejó su kimono de seda como recuerdo suyo para que no la olvidaran nunca.
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Los habitantes de la Luna le dieron a la dama un manto de plumas celestiales y unas gotas del elixir de la vida para que todo recuerdo de su vida en la Tierra se borrara para siempre. Pero antes de que eso sucediera, la joven escribió una carta para el Emperador explicándole los motivos de su rechazo e impregnó una astilla con unas gotas del elixir de la vida. Tras vestirse con el manto y haberse bebido el elixir, todos los recuerdos de la joven desaparecieron de su memoria. Se subió a un palanquín y ascendió a los cielos junto a los seres lunares de regreso a su hogar.

Pasó el tiempo y al Emperador seguía embargándole una profunda tristeza. Por eso ordenó ir al monte más alto del reino para quemar la astilla impregnada con el elixir de la vida y unos versos que el Emperador escribió en respuesta a la carta de la dama Kaguya:

¡Jamás la volveré a ver!

Lágrimas de desdicha me abruman.

Y yo, con el elixir de la vida,

¿qué he de hacer?


Y así se hizo. Unos hombres escalaron hasta la cima del monte y quemaron la astilla y los versos para que el humo y el mensaje de amor del Emperador ascendieran a los cielos y llegasen hasta su amada Doncella Luna.

Desde entonces, a ese monte se le conoce con el nombre de monte Fuji (Fuji-yama, que significa “que nunca muere”) y se dice que el humo de aquella hoguera aún puede verse en su cumbre, ascendiendo hasta el cielo.


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